lunes, 19 de octubre de 2009

Exposición: "Al final, segar; sólo segar".*





Un silencio perturbador

por Guadalupe Ángeles

Un silencio perturbador atraviesa la obra de Verónica Sandoval. Toda certeza es artificio, creer que se comprende que la muerte no sólo es de la carne, pudiera pasar por verdad pero no importa, también las flores han sido tronchadas, y es esa sucesión de muertes lo que nos hace hilvanar hipótesis, o dejarse llevar por el gris del cielo que a punto está de romper la serenidad de un paisaje: implota en pesadilla: Un viento helado hace avanzar las nubes que giran sobre sí mismas como amenazante tromba contra el tiempo que se ha congelado, pues alguien se muere a la sombra de ese bosque que inhala el viento más que mecer las hojas de sus árboles bajo su caricia.

Ante estos cuadros, da por pensar en la muerte como único misterio, ¿se correrá ese misterio de sitio si aceptamos la invitación del cuerpo que, vela en mano, invita a transitar desde los escombros de lo vivo hacia el túnel de lo no muerto, invadido de despojos?

Aquí, en este universo gris sólo es desprovisto de existencia el último ardor de toda carne, de no ser así, ¿qué hacen esos hombres recogiendo vísceras y sangre, restos de amores muertos? Es como si una nostalgia más allá de lo humano desposeyera a los personajes de esta galería rota de sus rostros, arrancándoles la mirada que pudiera orientar al espectador sobre la naturaleza de su padecimiento. Pero esos cuerpos, carentes de rostro y pensamiento, expresan más allá del delirio y la soledad en extremo reconcentrada, un viejo himno de amores idos: “Yo tuve para mí un amor hecho de sangre y deseo/ de carne y horas muertas/ pero el tiempo ha segado toda dicha.”

Carne y sangre, despojos, hojas secas que son fragmentos de cuerpos, o cuerpos que son otoños una vez separados del resto, bosques talados, existencias incompletas, esos nortes que se desvelan en los cielos de estas piezas, es todo artificio o todo sangre, pero a final de cuentas, quizá la totalidad de lo que Verónica Sandoval quiere que veamos, verdaderamente, es lo que no se ve allí, "Al final, segar; sólo segar" alude a un misterio, basta mirar a esos seres moverse por las piezas limpiamente ejecutadas: ¿es que buscan, o se desprenden, almacenan o desesperan, crean nuevos rumbos, o siguen las líneas de la carretera hacia lo cotidiano?

Es labor de todo arte otorgarnos dudas. ¿Por qué esta obsesión con la carne muerta? Verónica Sandoval deja las preguntas, es tarea nuestra vivir la respuesta con la mirada puesta en sus cuadros.


*Lugar: Malasangre N. 330, Guadalajara, México.
24 de octubre 2009. 20 hrs.

jueves, 8 de octubre de 2009

Cuánta agua en mí

La lluvia me intimida,
sonrosa,
pulveriza el ánimo;
da un manotazo a mi placidez fofa;
recuerda cuán líquido soy
cuánta agua en mí;
no importa
si sucia si límpida si caño,
agua al fin.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Guardaespaldas


Durante años fui el guarura de El Padrino, ¿remember? Nadie se mete conmigo y yo no me meto con nadie. Soy misericordioso con los amigos y despiadado con los enemigos. Ahora soy el modesto guardaespaldas de Enrique G. Gallegos. Mi nombre es Rocco. Recuérdenlo.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Artemio González: tensión entre realidad y apariencia*


La poesía de Artemio González es una obra que se subraya por su densidad. Sus poemas no se desarrollan hacia afuera y en formas descriptivas y sencillas. Con el riesgo de parecer simplista, permítaseme especificar lo que, en mi opinión, no es la poesía de Artemio González: experiencia cotidiana, pura reflexión sobre el lenguaje, efluvios emotivos, experimento y juego léxicos.

Es, más bien, una poesía que se desarrolla bajo su propia lógica, podría decir, sino fuera porque no es exactamente la lógica la que impulsa sus poemas. La cifra bajo la que se orienta la poesía de Artemio González es la tensión. Tensión entre la realidad y la apariencia.

Una cosa es este mundo con su finito espectáculo humano. Sus dramas de telenovela, sus políticos afanosos de poder, sus damas copetudas y vírgenes tapatias, sus tragedias cotidianas del hambre, la desesperanza, encuentros y desencuentros de amor, su ciudad y su cotidiano intercambio. Una cosa, digo es esto, y otro la realidad-real (valga el pleonasmo). Este mundo sólo es, cito algunos versos de Artemio González, el “cascaron de su modelo”, el “figurín abstracto de su informe”.

El trasfondo de lo que Artemio González poetiza no versa sobre lo que acontece, sobre lo que a diario le pasa al hombre, sobre el viejo zapato abandonado en el armario, sobre el desencanto del mundo. Si Artemio González poetiza sobre una ventana, un vestido que retrae el recuerdo de la amante y la esposa abandonada o sobre un recuerdo borroso por el paso del tiempo, no es porque le interesa el rastro, no es por una vocación fetichista, estetizante o mero ejercicio escolar. Si poetiza sobre lo cotidiano, sobre la experiencia del día, sobre la memoria, sobre el amor, sobre el dolor, sobre el desencanto, es porque todo eso recuerda muy bien cuán efímeros somos los hombres. A la manera de los platónicos y escritores metafísicos, Artemio González ha construido un mundo en dos planos. Frente a un cosmos ordenado e infinito —por momentos incomprensible—, la humanidad de nuestro cuerpo, la carne de nuestro sexo, la ansiedad del éxito, la desesperación del desencuentro y el éxtasis del encuentro amoroso siempre serán materia finita, erosión continua y total apariencia.

Lo que quiero decir con esto es lo siguiente: quien se acerque a la obra de Artemio González buscando poemas de amor, de desesperanza, de la vida cotidiana, seguramente los encontrará; pero habrá que ver más allá: el lugar de donde manan, que es a un tiempo un no-lugar: puede ser el cosmos, el cielo, el universo, el Cero, la eternidad. El Todo frente al cual lo individual adquiere su sentido y orientación (y cualquier cosa puede entrar en éste individual o particular: un zapato, una caricia, el vuelo de un pájaro, el terrible calor tapatio). Y, por supuesto, anteponer este “más allá” no es despreciar el “más acá”. Pretender el absoluto no es malquerer la contingencia de la carne.

He de confesarle algo. A mi me ha llamado siempre la atención que cuando Artemio González no quiere ser deliberadamente filosófico en sus versos, cuando se abandona el influjo de la creación y su propios resortes poéticos, ofrece sus mejores poemas. Poemas emotivos y profundos. Poemas profundamente emotivos por esa doble conciencia de finitud frente a la infinitud de un “algo” que nos sobrepasa. Muestra de ellos son los poemas del libro que hoy se presenta. Por eso habría que recordar que toda gran poeta es también un pensador; pero, por lo mismo, también alertar que no son lo mismo filosofía y poesía. Cuando el poeta escribe no debe proponerse ser filósofo (o alguna otra cosa: sociólogo, terapeuta, cantante de rock, orgullosa madre de familia —que los hay, hay poetas que equivocaron de vocación, con sus quejidos, bondadosos consejos, versos de superación personal y lamentos por tener que vivir de “bolear” zapados—). Quiero decir: el poeta debe ser radicalmente poeta (valga de nuevo el pleonasmo).

Uno puede no estar de acuerdo con el trasfondo filosófico de la poesía de Artemio González, uno puede interpelar al pensador desde un ángulo muy mundano y escéptico; pero esto sería irrelevante y necio frente a la eficacia de sus versos; y no se puede dejar de reconocer cuánta congruencia existe en la poesía de Artemio González. Toda su poesía tiene el mismo motor, las mismas preocupaciones, los mismos intereses. Cierto que los ropajes de sus poemas y el léxico pueden haber cambiado, pero hay una tremenda continuidad durante más de cuarenta años. Y no hay que olvidar que Artemio González tiene ya 75/76 años.

Decía un poeta y filósofo muy apreciado por Artemio González —Ramón Xirau— que la poesía siempre trata de pocos y de los mismos temas en todas las épocas y por todos los poetas. Y este es el caso de Artemio González, su obra siempre ha girado en torno a un mismo y único tema: la tensión entre realidad y apariencia, entre lo infinito y el finito humano, entre la fecundidad del Cero y la esterilidad del Uno. Con diversos ropajes, con diferentes pretextos.

Estas preocupaciones y constantes es lo que hace único a Artemio González en el panorama de la poesía de Jalisco y de México. A reserva de volver a revisar sus libros publicados, tengo la impresión que Cerrojos es su mejor libro; y esto, quizá, a pesar del propio autor; por demás, como sucede con todo libro: una vez que es lanzado al espacio público, su destino termina por ser ajeno a la voluntad del autor. Cerrojos está compuesto de casi 100 páginas y 46 poemas de diversa temática, extensión y composición. Libro, por cierto, no exento de ambigüedad por un subtítulo que, me parece, oscurece la claridad de su contenido. Cerrojos es un vocablo ordinario, más o menos extendido, pero puesto como título al libro de Artemio González se vuelve excepcional y refleja bastante bien lo que aquí he afirmado; en cambio, el subtitulo “Del amor y misterio”, reorganiza aparentemente el libro en un sentido más convencional. Libro, por demás, hay que decirlo, bellamente editado, y ejemplar en muchos sentidos de cómo hacer bien el trabajo editorial.

También habría que reconocer la pertinencia y el excelente trabajo realizado por quien seleccionó los poemas: Luis Armenta Malpica. No sabemos qué dejo fuera del libro; pero conocemos lo que dejo dentro. Y lo que selecciono es de calidad. Quizá algún día nos explique que lo llevo a un camino y no a otro. Yo soy de los que creen que a muchos poetas les hace falta un buen lector-seleccionador-editor. No les ayuda a escribir, pero sí a ver desde otro ángulo y evitar el arrebatamiento y el ensimismamiento que obnubilan. Creer que todo lo que se escribe es publicable es un primer error. Confiar demasiado en el juicio propio, es un segundo. Frente a la crisis de los marcos de referencia poéticos, los afanes por publicar rápido y directo y el abaratamiento de las técnicas de edición, la labor de lector-seleccionador-editor, se vuelve necesaria. No sería difícil demostrar cómo un ingente número de grandes libros fueron parte de un proceso dialogal entre el autor y su lector-seleccionador-editor; eso sí, proceso tenso, ambiguo y no exento de malentendidos. Aunque también hay riesgos.

Si, como quieren los biógrafos, toda obra es el reflejo —en muchos sentidos— de una vida vivida y de una vida deseada y buscada, el poema “Cerrajero”, incluido en el libro, puede sintetizar bien la trayectoria poética de Artemio González:

Yo viví haciendo llaves con palabras
para abrir con sigilo
la cerradura material del mundo
.


*Texto leido en la presentación del libro el 1 de septiembre de 2009, en Guadalajara, México.

miércoles, 6 de mayo de 2009

El ciudadano y el poeta


El poeta es bueno para las palabras; el ciudadano es pésimo en el manejo de las palabras, pero excelente para las acciones (vender, ir de vacaciones, ver la televisión). Uno se caracteriza por su incultura política, el otro por su ignorancia. Ambas, incultura e ignorancia, se complementan. Digo más: el poeta suele ser testarudo, incrédulo, con ínfulas de grandeza, libre y libresco. El ciudadano es superficial, afanoso, frívolo, irresponsable y acomodaticio.

Un poeta y un ciudadano son demasiados optimistas sobre su trabajo. Si al poeta le rechazan todos sus trabajos, se autoedita (fotocopias, impresoras, blogs —ego). Si a un ciudadano le va mal en la vida, toda la culpa es del gobierno. Ambos imaginan complots, confabulaciones, hechizos, sociedades secretas y otras linduras de la Edad Media. Los errores y mentiras siempre son de los otros; las verdades y buenas intenciones, nuestras. El mismo maniqueísmo de siempre: dios y el diablo, izquierda y derecha, bondad y maldad, nosotros y los otros.

Vivimos una época de miserias y pequeñeces. Hombres medianos que escriben pésimos poemas y ciudadanos que temen realizar gestas heroicas.

El poeta contemporáneo refleja nuestras miserias culturales. Nuestro ciudadano, los saqueos políticos.

No entiendo mi época. Preferiría más desmesura, más explosión y arrojo. Y hay quienes siguen exigencia prudencia.

jueves, 12 de marzo de 2009

Aforismos



No hay mejor remedio para la angustia y el malestar que el orgasmo.

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Sólo riéndome de mí, es como comprendo la seriedad del mundo.

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El mejor ardid y burla a la Muerte, es el suicidio.

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La calidad del amor está dada por su capacidad para transmutarse en odio feroz.

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La incertidumbre de la vida hace certera a la poesía.

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El Orden de la poesía sólo es posible como emanación del Caos.

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Ordinariamente me expreso en prosa. Pero sólo excepcionalmente en poesía.

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Mi cuerpo dice tengo hambre y le doy de comer. Mi cuerpo dice quiero defecar y acomodo mis nalgas en el sanitario. Mi cuerpo insiste “quiero fornicar” y le busco algún cuerpo. ¿Se habrá visto mayor esclavitud, mayor servilismo en la historia de la humanidad? El mayor despotismo no es el de un hombre sobre la humanidad, sino el del cuerpo sobre el espíritu.
***
(Aforismos tomados del libro Malestar, Ediciones Arlequín, México, 2004)

viernes, 20 de febrero de 2009

El Macho Soldati en Buenos Aires. A propósito de la novela El mayor y las perlas de Sergio Fombona


Alfonso Reyes señalaba que Argentina y México representaban “los dos fundamentales modos de ser que encontramos en Hispanoamérica.” Aunque el texto de Reyes se inscribe en una polémica por el desciframiento de las identidades nacionales tan en boga a principios del siglo XX, cabría preguntar si Argentina y México siguen siendo los dos polos culturales de Hispanoamérica. Quienes hemos vivido en ambos países tenemos la “sensación” de que así es. Sus publicaciones, escritores, poetas, narradores, revistas y editoriales dan cuenta de ello.

Es cierto que durante las últimas tres décadas del siglo XX aconteció una especie de explosión demográfica de escritores (algo que Gabriel Zaid ya señalaba en los años ochenta), paralela o motivada por la “tercera ola” de democratización en el mundo, con el consabido regurgite de la “moda intelectual” y otros “booms” del mass media. No se explica de otra forma el surgimiento de las grandes empresas editoriales y sus pretensiones hegemónicas. El argumento, digamos, es sencillo, pero catastrófico: “donde hay multitudes hay mercado”, ergo el “libro no pasa de ser una mercancía”, etc., etc.

Por ello, resultan interesantes los esfuerzos que realizan, tanto en México y como en Argentina, pequeñas editoriales independientes. Y el adjetivo no es un apunte gratuito. Nadie gana su independencia vendiendo jabones, libros de superación personal o cosméticos para señoras amargadas. Tendrán solvencia económica pero no independencia. Frente al avasallamiento mediático y la ferocidad del “discurso oficial” que tácitamente postula con un vocabulario por demás irritante, que más allá no existe literatura, la labor de estas pequeñas editoriales resulta por demás destacable.

Una de esas pequeñas editoriales argentinas, Ediciones Godot, publicó una notable novela breve a mediados del año pasado (2008): El mayor y las perlas de Sergio Fombona.

Con poco más de 100 páginas, por su brevedad me hizo recordar nuestro Pedro Páramo. Aunque, claro está, son dos ejercicios distintos. La novelita de Rulfo enclavada en lo rural y la imaginería de pueblos y rancherías. La de Sergio Fombona, netamente urbana, con el telón de fondo de Buenos Aires. Un Buenos Aires mítico, por más que la velocidad, la moda, el turismo comercial y la necedad intenten desfigurarlo.

El personaje central de la novela me pareció entrañable: el Macho Soldati. Es un personaje triste sin llegar al pesimismo; por momento desilusionado, pero sin caer en la total desesperación; rabioso sin llegar a lo colérico; sociable sin recurrir al servilismo; agudo sin llegar al desplante. Por un momento acompañe al Marcho Soldati deambulando por Florida, por Sarmiento, por Lacroze, buscando una cantina, antro o bule —los porteños dirían bar, tangería, etc.— donde colmar la sed. Intuimos en el Macho Soldati al “desertor” del ejército (quizá sería más exacto decir: de la vida), desilusionado e incrédulo ante el “destino de la nación” o la “Gran Argentina” de la época de la dictadura y otras linduras con las que los políticos latinoamericanos aderezan sus discursos (¿tendrá algo que ver la voz italiana soldato?).

La estructura de la novela está ganada por un manejo del tiempo, una sintaxis apretada y una especie de atmósfera que no alcanzo a expresar con precisión. Quizás se trata de una atmósfera de opresión, de angustia, de fatalidad y sin sentido. De hecho me pareció que el Macho Soldati recupera algo del espíritu porteño. “Yo no me meto con vos y vos no me hinchás las pelotas, y hacés lo que diga”. Mi impresión de Buenos Aires ronda esos rasgos; quiero decir, es una ciudad donde uno percibe la ambigüedad de la fuerza, de lo fatal y cierto pesimismo. Con otros motivos, con otras intenciones, pero no pude menos que recordar la película El lado oscuro del corazón. ¿No son hermanos espirituales Oliverio y el Macho Soldati? No sería difícil pensar en una versión cinematográfica. Así como en la película hay algo de búsqueda, en la novela también percibo una búsqueda. Creo que este es el arcana de la trama. La búsqueda de una identidad, de un sentido, de una luz —incluido un infierno, una demencia, una rabia. Aunque es una identidad festiva. Sin llegar a la carcajada, Buenos Aires sabe como divertirse, dialogar y caminar, ¿cómo explicar tanto bar y espacios para el encuentro del otro?, ¿cómo explicar la orgía en la que termina la novela?

El Macho Soldati es la reencarnación del dandy dieciochesco, del flaneaur baudeleriano, del regentador, del enamorado, del chulo, del maldito, del antihéroe. Con el Macho Soldati recorremos no sólo las arterias viales de Buenos Aires sino también nos internamos en su complejo sistema de bares. Pero el asunto quizás sería banal si sólo se tratará de describir un recorrido por calles y cantinas. ¡Qué ciudad no tiene sus espacios de perdición, de regocijo, de encuentro, de embriaguez y seducción! Lo importante es que también intenta proponernos una geografía espiritual del porteño. Su titubeo, su temor, su rabia, su duda y la dialéctica de su “orgullo-frustración” profundamente anti-pro-europea —muchas veces apenas insinuada en la propia novela.

He dicho apenas insinuada y me detengo en la expresión: ¿no devendrá de ahí la propia brevedad de la novela? Porque cuando insinuamos, nos acogemos al orden de lo apenas indicado, señalado, manifestado. Asumimos el guiño como emblema. Es un ámbito de tenues marcas para que el lector interprete lo no dicho, lo no puesto. Por ello, el arte de la insinuación ronda con el erotismo. ¿Y no es el Macho Soldati un ser profundamente erotizado y sexualizado? Siempre en busca de la mujer. Su reconocimiento emocional y carnal es al mismo tiempo su perdición. Al final, en el fracaso del personaje reconocemos el triunfo de todo ser humano. El Macho Soldati, sin dejar de ser un artificio novelesco, es profundamente humano. Y justamente en eso consiste la magia de la novela: hacer del artificio verbal, humanidad; y de la humanidad, artificio verbal. Y eso es lo que nos entrega Sergio Fombona con su novela. Novela de la identidad y la búsqueda, pero también del cuerpo femenino deseado —ausente.

sábado, 3 de enero de 2009

El mejor lugar para morir

Planeo un negocio. No soy comerciante, pero husmeo sus posibilidades.
Un hospital de enfermos terminales. Un asilo de ancianos. No en cualquier lugar. En la pampa argentina. Donde no hay nada.
Donde nadie tiene la ilusión de salvarte.

La pampa

La pampa argentina: un buen lugar para morir. No hay nada. Nada. Absolutamente nada.