martes, 18 de noviembre de 2008

El desgano en poesia. El Festival Internacional de Poesía de Rosario y el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires.

A cada paso confirmo la incapacidad del poeta para leerse a sí mismo con convencimiento. Leer un poema en silencio, para uno mismo, puede ser fecundo, renovador. Pero leer para los otros, para otro, que ante todo es atención, oído, sensibilidad, piel —otredad convertida en extrema escucha— exigiría un mínimo de retención y otra posición distinta a la lectura silenciosa (en soledad). Me explico.

Nadie habla en y con versos —al menos que yo sepa—. Se piensa y dialoga en prosa. Por ello, cuando se introduce el poema, se introduce una excepcionalidad en el habla normal (por decirlo de una manera harto dudosa). Esta excepcionalidad de la poesía es lo que hace que un poema sea eso: poema, y no prosa. Cierto, hay poemas en prosa (o “prosopemas”). Pero esto es parte de un trueque, digamos, del sentido generativo y germinativo de la poesía. Poeisis, dirían los griegos antiguos.

Si el poema introduce una excepcionalidad en el habla, no se entiende por qué los poetas insisten en leerlo como si fuera prosa. En festivales, lecturas, cafés, bares, se lee poemas como se lee el periódico. El asunto excepcional lo vuelven algo mecánico, previsible, monótono, desganado. No se cuidan los énfasis, los requiebres, los tonos, las pausas.

En el Festival Internacional de Poesía de Rosario y en el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (noviembre de 2008) eso fue lo que encontré con una reiteración aburrida. Al menos en las lecturas de poemas a las que tuve oportunidad de asistir. Poetas que leen poemas como se lee el periódico: de prisa, con desgano, atropellando los vocablos, sin calibrar la fuerza de la palabra, sin respetar los tonos y énfasis. Sin saberlo siguen el peor argumento racional: la línea recta es la forma más rápida de unir dos puntos. Pero el poema es una curva, una espiral. Es cierto que hubo excepciones. La veta actoral de Alberto Muños en Rosario y el vozarrón de Eduardo Mileo en Buenos Aires.

Me pregunto si en el fondo no se trata de una colonización desde la prosa hacia la poesía. Una vez que la prosa se incorpora —como una suerte de sangre en el organismo— en la poesía, ésta carecería de sentido. ¿Qué importa si se trata de poema o prosa? ¡Es lo mismo¡ —se grita desde la prosa. Quizás por eso el último día del Festival Internacional de Poesía de Rosario, la poeta noruega Marit Kaldhol optó por leer un cuento. Una especie de historia moral, del bien y del mal, que me hizo regresar al siglo XIX. Fue como asegurar la preeminencia de la lectura en prosa sobre la lectura poética.

Quiero pensar que más bien se trata de cierta incompetencia para la poesía. Yo quiero seguir creyendo en la excepcionalidad del poema. En la fuerza de su ritmo, de su tono, de su respiración. La única evidencia que poseo para exigir que el poeta no lea poemas como si fueran prosa, es que nadie habla cotidianamente en verso. Por ello, un poema siempre será una excepción. Excepcionarse al leer, eso es lo único que pido.

jueves, 13 de noviembre de 2008

La Feria Latinoamericana del Libro Rosario 2008 (Argentina): entre truhanes y zonzos

Las palabras debieran inspirar un poco de respeto. Recordar que encierran realidades, que mientan hechos y generan expectativas. Un escritor puede soportar la estafa de un poema o un ensayo, pues a las primeras líneas puede darse la vuelta y cerrar el libro. Donarlo a una biblioteca pública y contribuir al “bien común”; y después recibir —placenteramente— la carta de agradecimiento del director de la biblioteca. Pero lo que resulta inaceptable es que una institución engañe, y encima lo realice con total impunidad. Viajar desde Bueno Aires hasta Rosario (4 horas en ómnibus), buscar durante 4 horas un cuarto de hotel barato —que siempre tienen sobredemanda—, con el espíritu de aventurero y la finalidad de conocer la Feria Latinoamericana del Libro Rosario 2008 y encontrarse con que la Feria Latinoamericana del Libro Rosario, de latinoamericana no tiene nada. Incluso se podría discutir que sea una feria nacional de libros. Es menos que eso. Una pírrica feria que agrupa algunos stands (45, según un folleto informativo), la mayoría raquíticamente provistos de libros —ya no digamos de buenos libros. No es sólo que sea una feria pretenciosa —las pretensiones pueden lograr cuajar— sino que es una estafa. Nada tiene de latinoamericana y encima cobran 6 pesos por ingresar (digamos, tanto como perderse la posibilidad un café y una triada de medias lunas rosarinas). Quienes la organizan han de pensar que sus visitantes son unos zonzos.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Marginalidad en literatura. A propósito de las jornadas "Voces Tenues. Cómo hacer para que el mensaje llegue” de la Biblioteca Nal. de Buenos Aires

No deja de resultarme paradójico las expresiones "marginalidad", "periferia", "alternativo", "tenuidad", etc., en literatura. Si bien presuponen una labor crítica y diferenciable, son posiciones que adquieren su sentido frente a, de cara a, algo, que suele revestir la forma de un "centro", una "centralidad". Si ese centro desaparece, desaparece el sentido de esa literatura. Pero el asunto es más complicado.

Con esto, la impresión que tiene uno es que quienes pretenden situarse en los márgenes, en la periferia, en la "tenuidad" o lo alternativo, de la literatura lo hacen a la manera de quien hace una espera, no pocas veces impaciente, en la antesala. Su grito (cuando es fecundo, se trata de una crítica) es una forma de tocar a la puerta. Esperan ingresar a la (mayor) visibilidad literaria. Y el referente que tienen, quizás el único, es lo que por comodidad podría denominar la literatura central, oficial, reconocida (adjetivo siempre dudoso, pues depende de donde uno se pare o desde donde se juzgue). Para garantizar el ingreso, se hacen de sus propios medios, soportes, mecanismos. Así, algunos logran ingresar a la sala central de la literatura, adquieren más visibilidad y se congratulan de aparecer en las portadas de suplementos culturales.

¿Pero en verdad así se ingresa a una centralidad literaria? Creo que hay un malentendido: no pocas veces no importa la literatura, lo que interesa es la visibilidad y, en última instancia, el reconocimiento -que, se entiende, no puede ser cualquiera sino mediático. Por ello, se está dispuesto a sacrificar la obra a la eficacia. Si el ritmo mediático exige publicar una obra cada año, todos los esfuerzos van dirigidos en esa dirección. De esta manera, a la literatura se le despoja de su significación y se le reduce a una mercancía.

Por supuesto que siempre estarán los inconformes. Aquellos benditos que se niegan a reducir la obra a un dispositivo comercial. Pero son lo menos. La fuerza del mercado es la fuerza del prestigio que se impone y exige eficacia, efectividad y rapidez. Parece haber algo redundante en la asimilación obra-mercancía.

Esto viene a cuento porque en pasado 30 y 31 de octubre se celebraron las “Jornadas Ayesha Libros de Voces Tenues. Cómo hacer para que el mensaje llegue” en la Biblioteca Nacional Argentina.

Que el escritor y editor suman posturas críticas resulta no sólo vital sino necesario. El diálogo, la disputa, la diferencia son fundamentales en toda sociedad. El punto es cuando esa crítica está contaminada por una especie de ambición y frustración por la carencia de reconocimiento. Algo de esto salió a flote en el ambiente de las jornadas. Pareciera que en el fondo es una queja porque no se ha logrado ingresar al circuito del reconocimiento medíático.

Pero también reflejaron, más en el fondo, la importancia de la inconformidad, de las posibilidades del dialogo, un recordamiento que la literatura circula de múltiples maneras. Con el tiempo, uno aprende a desconfiar de las portadas de los suplementos literarios y dejarse orientar más por el instinto y la búsqueda. Algunos de los participantes de esas jornadas son escritores realmente convencidos de su secreto destino, de una vocación que ha sabido movilizarse y movilizar su circunstancia (Sol Echevarría, Juan Diego Incardona, Grau Hertt, Alejandro Margulis, la simpática pareja de Esperando a Godot). Me parece que en esto estriba el margen, la descentralidad, lo periférico, de la literatura: caminar desde la primeras lectura, los iniciales contactos, las esbozadas teorías, las insinuaciones, las precarias publicaciones, hasta una voluntad por construir (aunque pueda parecer muy racional) y construirse un mundo donde habite el poema.

El fecundo margen de la literatura no puede surgir desde la frustración del que siempre recibe un "no". Apostar por la literatura es reconocer la posibilidad de las dificultades y las resistencias. No hay otra forma de cerciorarse que la literatura, como la vida misma, tiene múltiples significados. La obviedad de esta última frase es una forma de reiterar lo fecundo del "no".